Cuando somos pequeños los papás nos prohíben meter los dedos en los enchufes y nos castigan si nos ven cerca de hacerlo. De mayores es que ni se nos ocurre. Los mismo pasa a los creyentes, al principio deben hacerse violencia para no pecar (trabajo ascético), luego, cuando están más avanzados, es que ni se les ocurre porque ven la locura que es pecar (estado místico).
Antes de construir una casa se limpia el terreno, antes de dar un remedio a un enfermo se le da un tratamiento depurativo, antes de comer nos lavamos las manos, al inicio de la misa nos reconocemos pecadores, al inicio del camino de la salvación debemos reconocernos pecadores y hacer limpieza de nuestros pecados y abstenernos de llenarnos con más (ascética). (Aunque la purificación es imprescindible hacerlo al inicio del camino, siempre deberemos hacerla, pues siempre quedan pecados por limpiar).
San Juan de la Cruz, en su libro "Subida al monte Carmelo" describe lo que tenemos que hacer.
El objetivo es pensar, sentir y actuar como lo haría Jesucristo en cualquier circunstancia.
Como mínimo debemos intentar comportarnos bien, de forma racional y lógica, de acuerdo a la ley de Dios (mandamientos, enseñanzas de la Iglesia, etc.)
Tenemos que ir más allá de nuestras facultades de animal racional y tener fe más allá de lo que podemos entender, esperanza más allá de lo que creemos posible y amar a nuestros enemigos como Jesucristo nos amó(a).
El paso 1 es para tener un comportamiento sensato, razonable, de acuerdo con la moral cristiana, poniendo freno, controlando, acallando nuestros impulsos más brutales y primitivos: desde la lujuria, ira, gula,...y también los menos brutales como cualquier tipo de gusto o disgusto por nada que no sea para servir mejor a Dios.
El paso 1 es de purificación, ascética, activo, el 2 de recepción.
En la Eucaristía u otros ritos sagrados, primero nos purificamos (pedimos perdón por nuestros pecados) y luego comemos el cuerpo y sangre de Dios.
El paso 2 es vivir poniéndonos en manos de Dios, pasivo, místico:
haciendo todo lo que tengamos que hacer con todo nuestro empeño, amor y sabiduría pero, una vez hecho, no tener ni un ápice de preocupación por el resultado, aceptando con alegría cualquiera que sea.
aceptando las mayores desgracias como el santo Job:
como voluntad divina
como lo que más nos conviene en ese momento
como prueba que estamos preparados para superar
como muestra del amor de Dios que nos envía esa prueba para purificarnos
Dios nos envía los males como castigo o permite al Demonio que lo haga. El primer caso es un hacer activo y el segundo es un hacer pasivo, dejar hacer. Nosotros, hechos a Su imagen y semejanza, hacemos lo mismo.
En el camino al cielo al principio debemos sobre todo activamente refrenarnos y luego más permitir (que Dios nos guíe). Aunque también usamos la pasividad al inicio y la acción más avanzados, pero en menor grado.
Como los escultores que pican la piedra (quitan, niegan) y al mismo tiempo ven (permiten) qué forma va tomando y si es preciso seguir martilleando o no.
Se llama ascética y mística, dar y recibir, activa y pasiva, masculina y femenina o yang e yin.
Ascética |
Es todo el “negarnos”, “librarnos” de vicios y frivolidades: - Recordar los pecados que
conocemos (pasados) y buscar los que no somos todavía
conscientes. Es un trabajo de depuración y de no más acumulación de pecados. Con esto anterior seremos muy buenas personas, pero perfectamente aburridas, faltas del fuego y la locura de la gracia de Dios cuando dejamos que nos penetre ampliamente, nos de fuerza y dirija. |
Mística |
Es un “permitir” que la gracia de Dios (los dones sobrenaturales) se plasme en nuestros actos. (Si estamos todo el día “negando”, no tenemos tiempo para estar disponibles, a la escucha de ocurrencias, inspiraciones geniales) Es usar todo nuestro entendimiento, voluntad y energía, (fase ascética) y, una vez usados todo lo que debemos, entregarnos tranquila y confiadamente a la voluntad divina. "La batalla es nuestra, la victoria de Dios" Santa Juana de Arco Dejar de escondernos de Dios, como en (Gén 3,8; 4,14), creyendo que así Dios no verá nuestras malas obras (Jn 3,20) «Dios quiere darte la gracia de que hagas más oración», «todo buen don y todo regalo perfecto viene de arriba, desciende del Padre de las luces» «Recibir, más me parece a mí eso, que no dar nosotros nada» (Santa Teresa. Vida 11,13). El “hoponopono” (el verdadero), o el “hansei” son también “permitir”, pues son confesiones, reconocimiento de pecados, apartar obstáculos a la gracia de Dios. |
«No hay alma en este camino tan gigante que no haya menester muchas veces de tornar a ser niño y a mamar -y esto jamás se olvide, quizá lo diré más veces, pues importa mucho-, porque no hay estado de oración tan subido, que muchas veces no sea necesario tornar al principio» (Santa Teresa. Vida 13,15).
(No hay estado de “contemplación”, ”místico” que pueda prescindir del “negarse”: ritos, oraciones,...)
"Los limpios de corazón |
han hecho limpieza de sus pecados, de sus deseos y miedos (“se han negado”) |
verán a Dios" Mt 5,8 |
recibirán (“permitirán”) la visión de Dios, la gracia de Dios |
Nuestro orgullo nos engaña y nos hace creer que a veces “hacemos” y otras veces “nos abstenemos”, dejamos de hacer. Es mentira. En nuestra vida lo único que hacemos es permitir o impedir que las fuerzas o inspiraciones de los seres espirituales pasen a través de nosotros y se materialicen en el mundo.
No se trata de “hacer” más. No se trata de: “tenemos que ser más pacíficos / buenos / tener pensamientos positivos”. No. El que hace es el orgullo
Es partir de otra base. De la base de ver, de empezar a ver cuando encontramos o pensamos en alguien, empezar a mirarle con amor. Así saldrán solos los pensamientos positivos, seré pacífico con él, bueno,...y otras muchas cosas.
Limpiar el agua que sale sucia de una fuente no lleva mucho éxito. Siempre se nos escapará suciedad. Hay que ir al origen y que de la fuente salga limpia.
La gracia es que si hemos estado actuando correctamente, aunque cambiemos la base desde la que actuemos de nuevo, haremos externamente exactamente lo mismo, pero con una sensación corporal diametralmente opuesta.
Cada uno tenemos predestinado un sitio en el cielo (que tiene forma de anfiteatro, o de cine, como explicamos aquí). No podemos hacer nada para lograr un sitio mejor. Lo único que podemos hacer con nuestras fuerzas es pecar, hacer el mal, alejarnos del sitio que tenemos reservados en el cielo (incluso condenarnos). (Incluso los paganos pueden hacer el bien con sus solas fuerzas, pero si no estamos en gracia de Dios, no nos sirven para nada).
La Virgen nos lo demostró con su respuesta al arcángel S. Gabriel cuando éste le preguntó si quería ser la madre de Dios:
“Fiat mihi secundum verbum tuum” (“Hágase en mí según tu palabra”)
Ella lo que hizo fue aceptar que Dios con su fuerza obrara en ella.
Gracias a ella Dios se encarnó y con su muerte nos reconcilió con el Padre, nos abrió las puertas del cielo, cerradas por el pecado de nuestros primeros padres.
Con las fuerzas que nos da Dios (gracias al cual nos mantenemos en vida en cada instante *), siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo (o nuestros buenos hábitos por obedecerle en el pasado), hacemos buenas obras. Siguiendo las inspiraciones de cualquiera de los múltiples demonios que nos tientan continuamente, hacemos el mal.
Cuando apruebo un examen dando respuestas verdaderas lo único que hago es permitir que la Verdad de Dios se plasme en un papel.
Cuando aprendo cosas escuchando la explicación del profesor, lo único que hago es acallar, impedir que mis demonios me distraigan y ponerme a la escucha de lo que Dios puede decir a través de mi profesor.
Cuando estamos todo el día ocupados con cosas, quizá muchas de ellas innecesarias o perjudiciales, no estamos permitiendo que las inspiraciones del E.S. nos lleguen, o que podamos oírlas.
(*) Como prueba trágica es toda la gente que, haciendo las más variadas cosas y sin motivo aparente, caen fulminadas, muertas.
“¡Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes! “ Gal 4,19
“Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.” Jn 13,15
“Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo.” I Cor 11,1
Esto es lo que ofrece la serpiente del Paraíso (y todos los seguidores del Demonio): ser dioses. También es lo que nos ofrece Dios para que lo consigamos en vida (además de la salvación y estancia en el cielo después de la muerte). Lo que ocurre es que el Demonio siempre engaña y no es cierto lo que dice.
El Demonio y sus seguidores dicen que con las fuerzas del hombre puede conseguir ser un dios. Jesucristo nos explica que con todas nuestras fuerzas debemos dedicarnos a dejar que la gracia de Dios actúe a través nuestro. Debemos dedicarnos a no poner frenos e impedimentos a que la sabiduría y el amor de Dios pasen a través nuestro y se materialicen en lo que hacemos. Así llegaremos a comportarnos, pensar y amar como Jesucristo.
Los que avanzan mucho por este camino, como el Padre Pío o S. Francisco de Asís, acaban con los estigmas, las manos, costado y pies con las llagas de Jesucristo; es decir, que hasta corporalmente se asemejan a Él.
“Es necesario rehacerse un ojo virgen, porque sólo los puros ven en las cosas a Dios; en cambio, nosotros las miramos por un ángulo visual egoísta, en relación a nosotros y a nuestros ideales; no como fin, sino como medio: medio de placer, de utilidad; medio de enriquecimiento intelectual y espiritual. (...) Quien percibe la huella de Dios en las criaturas, las ama aunque sean odiosas; las defiende, aunque sean despreciables; las considera sin codicia, aunque estimándolas amables y útiles; las ennoblece refiriéndolas a su principio (fueron formadas por el Verbo de la vida), señalando a su caducidad un puesto en el mar del ser, a sus vicisitudes transeúntes, una finalidad eterna; interpone entre sí y los demás, entre sí y las cosas, la casta distancia del respeto y del desinterés, pero al mismo tiempo deja el fluido de la simpatía, de la confianza, de la admiración. (...) las criaturas no han de ser ni peligros ni juguetes, ni ídolos ni esclavos, sino testimonios de Dios, «escalas para subir a Él». El franciscanismo. Gemelli. p. 384.
Jesucristo se airó justamente, nosotros no somos capaces de hacerlo, para nosotros la ira siempre es pecado.
Jesucristo juzgaba a sus discípulos y les reprochaba sus faltas. Nosotros nunca podemos juzgar el interior de los demás, porque no somos Dios, porque no leemos los corazones, sólo podemos y debemos juzgar los actos externos.
Acabo de publicar unos libros muy interesantes sobre el cielo y el ángel de la guarda, de sacerdotes de principios del siglo XX. Tienen reseñas de los mismos en esta página de mi otra web |
Rezar el Rosario (mejor en latín) es el principal recurso que nos queda.
Estas páginas son apuntes que pueden contener errores de un servidor y se van mejorando con el tiempo y la gracia de Dios.
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