La gente es orgullosa porque, como no cree en Dios, no puede apoyarse en él: el orgullo es el único que le da un soporte. Si se le intenta quitar el orgullo a alguien que no cree en Dios, se resistirá mucho por eso, porque es lo único que da sentido a su vida.
Y como tiene orgullo, no cree en Dios (es un círculo vicioso).
El orgullo es la raíz de todos los pecados. Consiste en olvidarnos, en desconocer, nuestra verdadera situación (lo que nos lleva a darnos excesiva importancia, vernos perfectos,...).
La humildad es la virtud más importante y consiste en vernos como somos realmente, no olvidar que "el justo peca 7 veces al día" (y con ello no mirar a los demás como inferiores, todo defectos). Como decía S. Teresa: “la humildad no es más que andar en verdad”. Es la capacidad de comportarse como un niño pequeño (y decir "no lo se". Ver Nota No lo se). (No es sólo "ver nuestros pecados", porque entonces ni nuestro Señor ni Su y nuestra bendida madre Santísima no hubieran podido ser humildes).
Índice:
Auto-test (síntomas de orgullo seguros y posibles)
Conceptos básicos sobre el orgullo
El orgullo y algunos de sus efectos:
Humildad:
Índice, cuadro resumen:
Síntomas de orgullo claros, seguros |
Actitud inicial |
Hacia los demás | |
Hacia mí | |||
Hacia Dios | |||
Si aún así, alguien viene a "molestarme" |
Amenazo | ||
Huyo | |||
Ataco |
destruyo al atacante: ira | ||
destruyo las armas con que me ataca: no escucho, me justifico,... | |||
Síntomas posibles de orgullo |
Tristeza, ambición, negativismo, excesiva atención a uno mismo, pasividad. |
Nuestra respuesta a cada dificultad de la vida está muy influida por nuestro temperamento. Si solemos reaccionar con tristeza, no es que seamos más santos que el vecino colérico, sino es porque somos melancólicos.
Creo sinceramente que soy el mejor de todos los que conozco (desprecio a los demás). (Como excusa, nos decimos: "Es que es la verdad").
Como consecuencia hacemos tres cosas (sin darnos cuenta, ciegos y sordos a la realidad): |
1. Hacia los demás:
No pienso en las posibles consecuencias sobre los demás de lo que hago, y así, p. ej.: decido yo solo cosas que afectan también a otros; cuento con que los demás siempre están disponibles para mí, que lo que hago nunca puede molestar, dañar a los demás; cambio de opinión, planes, sobre cosas que nos afectan pero no informo a los demás,...
Trato con los demás como si fueran seres sin vida, como trato con el cajero automático. Son medios para conseguir mis deseos. Ni les miro a los ojos, no me importa nada la vida de la otra persona (ya sea un cliente, un vendedor, el de la gasolinera, la oficinista, el camarero,...).
Abuso del poder de varias formas: hablando en voz más alta de lo normal, con énfasis, rotundidad, expresando excesiva certeza (en cosas dudosas, no en cuánto suma dos más dos. Ver nota al pie); soy controlador, suspicaz, insistente, quisquilloso, metementodo, tozudo, en la defensa de mis opiniones hasta llegar a hacerme pesado; ... si tengo un puesto de mando lo ejerzo para servirme a mí, a mis demonios, pecados, no para servir a los demás.
No me autocontrolo, observo, cómo hablo y, así, hablo cuando no debo, cuando no aporto más que con mi silencio. Hablo para demostrar cuánto se, para rebajar sutilmente a los demás,...
Puedo practicar la falsa humildad, consistente en valorarnos públicamente de forma muy inferior a como somos para conseguir la alabanza de los demás. ("¡Oh, yo, pobre de mí!").
2. Hacia mí:
Estar convencidos de que nunca nos hemos equivocado en ningún tema importante y que nunca nos han engañado en un tema grave. Estar convencidos al 100% de que siempre actuamos bien.
No queremos aprender, saber. No estudiamos. ("¿Para qué, si hago todo bien?,¿para qué, si ya se todo lo que necesito saber?", "La ciencia hincha, dijo S. Tomás").
Usar expresiones como "aporto mi granito de arena", "Yo, pobre de mí..." (falsa humildad), o menospreciarnos exageradamente delante de los demás para provocar el consuelo / halago de los demás. Justificar nuestras acciones con "grandes palabras" como "Lo hago por el bien de la Humanidad", usar (creyéndonoslas) expresiones de Neolengua (el lenguaje "políticamente correcto").
¿Somos conscientes de que tenemos espalda, o sólo creemos que existe lo que miramos? Sin obsesionarnos: ¿somos conscientes de que cuando hacemos algo (intervenimos en una tertulia) siempre tiene una "sombra", algo que daña a los demás? (en el caso de la tertulia, mientras intervenimos estamos impidiendo que otros hablen). Que dado que no podemos hacer dos cosas a la vez, cuando estamos rezando a un santo, estamos dejando de rezar a otro.
"El justo peca 7 veces al día", por lo que si de vez en cuando, cuando nos lo hacen ver los demás, o cuando nos damos cuenta nosotros, no vemos nuestros pecados y vemos lo "pequeñitos" que somos, nos reírnos de nosotros mismos, de nuestros afanes, de nuestras esperanzas mundanas,... (este es "el caminito de la infancia espiritual", de S. Teresa de Lisieux).
3. Hacia Dios:
Aunque esté bautizado y me crea buen católico, realmente me hago una religión a mi medida, me fabrico un Dios que siempre está de acuerdo con lo que hago (que es justamente lo que propone la secta New Age: hágase su Dios a su medida y cámbielo tantas veces como quiera). A pesar de que me digo católico y, por tanto, estar al servicio de Dios, no estudio sus enseñanzas, no estudio mis deberes, lo que pide de mí; me conformo con un conocimiento mínimo de la doctrina, el suficiente para creerme "buena persona", que "no hago mal a nadie".
Estas tres cosas las hacemos en dos campos: el del conocimiento y el del poder:
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Conocimiento ("me paso de listo") |
Poder |
Hacia los demás |
Les considero ignorantes |
Abuso de mi poder sobre los demás en cuanto puedo |
Hacia mí |
Me creo más de lo que se |
Sobrevaloro mis capacidades |
Hacia Dios |
Creo conocerle más de lo que realmente lo conozco |
Olvido que "sin Él nada podemos hacer", me creo que "yo puedo". |
En el otro campo, el del amor, no nos faltan, a los orgullosos, buenas intenciones, fines. Pero queremos alcanzarlos sin seguir el camino recto, sino el que pasa por donde quieren mis demonios. (Todo está hecho de 3 cosas: inteligencia, amor y energía).
Estos dos campos (el conocimiento y el poder) son dos de los enemigos que tenemos (según algunos). Los otros dos son la vejez (inevitable) y el miedo, que si es el primer enemigo que nos vence, impide que se manifieste el orgullo en sus formas más agresivas, pero sigue ahí calladamente.
Si alguien viene a perturbarnos en nuestro cielo particular, elijo una de las siguientes reacciones: |
Cuando percibimos algo como "amenaza", nos permitimos respuestas animales, grabadas en nuestros instintos: la huida, la amenaza y la lucha (agredir, destruir la amenaza) o respuestas sugeridas por nuestro demonio orgullo: no escuchar, justificarme, tergiversar lo que escucho.
1. Amenaza
Clara o sutil, para que cese lo que percibo como agresión (como perros ladrando o gruñendo antes de tirarse a morder).
2. La huída
Cuando alguien por su propia iniciativa, sin que le hayamos preguntado nada, nos habla de algo que considera importante y cambiamos de tema, salimos corriendo. O critica algo que hacemos o dejamos de hacer y lo negamos sin escucharle ni investigar lo que nos ha dicho.
3. El ataque, la destrucción del enemigo o las armas con que nos hiere
3.1 Agresión verbal y o corporal clara: ira
El orgulloso suele enfadarse, ante un contratiempo grande o diminuto, con todos (con los demás, con él mismo y con Dios), profiriendo insultos directos, imprecaciones o blasfemias.
Que le moleste una mosca, llegar tarde a un sitio que acaba de cerrar, perder el tren, olvidar algo, enterarse de la última subida de impuestos,... todo ello es detonante para decir: "pero qué xxx soy!", "maldito tiempo", "maldita mosca", "malditas prisas", ...). Evidentemente, la ira hacia nosotros mismos no es nada constructiva, es sólo para "quedarnos a gusto", desahogar de alguna manera nuestra irritación. Pobre del que esté a nuestro lado en ese momento y se atreva a decir "efectivamente, Ud. es muy xxx".
3.2 Destrucción de las armas con que nos hiere (desarmo al atacante)
a) No escuchar, "reaccionar" a las críticas sin que acaben de hablar, ("Es que ya se lo que me va a decir"); no tener interés en aprender ("ya sabemos todo", "yo se más que él",...); cuando alguien nos enseña algo, no acogerlo y ver todo lo que podemos sacar de ello, sino responder demostrando que ya sabíamos del tema.
b) Justificarme ante toda crítica. Justifico mis errores incluso mintiendo. O trato de minimizar su importancia: "todos lo hacen". O trato de compensarlo recordando mis méritos: "con lo que yo le he ayudado, ahora me lo paga con esto". O echo a los demás la culpa de lo que hago mal: "Me hacen poner así porque...", "me hacen decir barbaridades", "me sacan de quicio".
Como me he hecho una religión a mi medida (porque ahora tampoco hay curas que me paren los pies, que se atrevan a recordarme la verdad), para justificarme incluso aduzco citas bíblicas ("la ciencia hincha", citada antes, "¡soy un pecador!, como excusa para rechazar las acusaciones, o hablar de la "santa ira de Jesucristo o Dios", como si pudiéramos tenerla sin pecar -la ira siempre es pecado).
c) Tergiverso lo que escucho, y cuando me dicen "ira, orgullo", me digo que tengo "un carácter fuerte", que lucho por la verdad, que no he insultado sino que he hecho una "corrección fraterna",...
Todos los pecados provienen directa o indirectamente del orgullo, por ejemplo:
Tristeza Una cosa es que se nos acabe de morir nuestro padre y otra que hayamos roto el lápiz. La tristeza puede provenir porque carecemos de lo que creemos erróneamente que nos corresponde. Por considerarnos por encima de Dios es normal que nos duela, entristezca, no tener lo que él tiene. |
Ambición Querer alcanzar un bien arduo puede provenir, no de la valentía, de la abnegación, sino de creernos más de lo que somos (orgullo). |
Negativismo Ver el aspecto negativo, dificultoso, en todo. Evidentemente, hasta cierto punto es una virtud, es realismo, es ver la realidad: todo tiene un precio. |
Excesiva atención a uno mismo "Qué malito que estoy y qué poco me quejo". Quejarse es pecado que proviene del orgullo. Ciertamente que, si nos hacemos una herida, hemos de prestarnos atención durante un rato para curárnosla. O, si estamos perdidos en la vida, es normal que nos ocupemos de nosotros mismos, en encontrar el Norte, y no cejemos hasta encontrarlo. Porque si no sabemos dónde está el Norte, ¿cómo voy a compartir el rumbo con nadie si voy variando el rumbo continuamente?, ¿cómo voy a educar a mis hijos si no se decirles lo principal: "el Norte es hacia allí"?. Pero si ya somos creyentes (sabemos dónde está el Norte, el bien, Dios), y seguimos dando excesiva importancia a lo que siento, pienso, me ocurre, hago, es claro que tengo una fe mínima, ahogada por un gran orgullo. Las frases que decimos a otro expresando nuestro interior herido (tipo "Me duele que...") a menudo son sólo la queja de nuestro orgullo herido. O si son algo como "me siento dolido por esto que haces", son, a veces, además del orgullo herido porque el otro no nos obedece, una forma de chantaje emocional, de manipulación, de mentira ("¿no te doy pena?"). (Ver cuándo quejarse o entristecerse es pecado). Ningún buen creyente, ningún gran personaje de la historia, tenía pensamientos del tipo: me gusta, me disgusta, deseo, temo, necesito, me enfado, sufro, me alegro, yo soy una víctima. (Ver nota al pie sobre el observarnos y modelos de comportamiento). Los creyentes sólo vemos nuestro deber y no nos importa nada los espinos que tenga el camino directo que va a él. Como a una madre no le importa nada lo que le cuesta velar a su hijo enfermo o a un padre levantarse temprano para ir a trabajar. No tienen "sitio" para gustos, disgustos, ni otros sentimientos. Van a su deber con la confianza del apoyo de nuestro Padre amantísimo y nuestra santísima madre, la Virgen. Los creyentes apartan las insinuaciones de sus demonietes y se ponen a cumplir con su deber: adiós a todos los pensamientos obsesivos, darle vueltas a las cosas inútilmente. (Si he roto un vaso, pasar todo el día pensando en ello). Adiós a los juicios a los demás (no a sus obras, sino a ellos como persona -juicios temerarios). Ver artículo “juzgar”. |
El dolor y la enfermedad, que nos hace ver lo vulnerables que somos.
Observarnos, y ver cuánto cumplimos de lo que está dicho antes (ver más en nota al pie).
Dado que una de las recursos que tiene el orgullo es hacernos olvidar, nos va bien lo contrario: llevar un diario, escribir lo que pensamos, como ayuda para reflexionar sobre nosotros. Si sólo pensamos, fácilmente nos olvidamos o equivocamos de lo pensado cinco minutos antes. Si lo escribimos, lo escrito es la prueba de lo que pensamos entonces. Es como un amigo fiel y valiente que se atreve a decirnos la verdad de lo que dijimos, que quizá el resto de personas no se atreve porque les tengo amedrentados con mis amenazas de violencia, con mi amenaza de ira, con mi amenaza de ser un pesado.
En particular, conviene escribir nuestros exámenes de conciencia. P. ej.: hacer, para descubrir el orgullo, unas listas de:
Gente concreta que desprecio más (los cercanos y lejanos)
Gente concreta que considero más santos (los cercanos y lejanos) (incluido yo mismo)
Virtudes concretas de los 1.
Defectos concretos de los 2.
Y luego: poblar la lista 3, que me ayudará a "Cambiar mi mente" sobre los 1, pasando a amarles, hasta que no quede nadie en 1; poblar la lista 4 hasta que me de cuenta lo ciego que mi orgullo me dejaba a sus defectos.
Leer la vida de los santos y ver que, siendo tan grandes sus logros, eran humildes.
Estudiar la doctrina para darnos cuenta de cuánto pecamos, para hacer buenos exámenes de conciencia, para evitar caer presa de otra trampa preferida por el orgullo: el justificarnos con los errores o pecados de los demás.
Una práctica que algunos recomiendan es buscarse alguien muy orgulloso (y muy violento, mejor), a quien tener que estar sometido un tiempo. Lo llaman "pinche tirano", y consideran una gran suerte poderse poner a su servicio, pues dicen que cada vez quedan menos (no porque la gente sea cada vez más santa sino más mediocre, mediocre hasta para pecar. No lo dicen con estos términos).
El mecanismo por el que beneficia al servidor es sencillo: dado que el orgullo del "pinche tirano" es inmenso, no queda sitio para el mínimo orgullo del servidor, y cualquier muestra del más mínimo orgullo en el servidor choca con el del "pinche tirano" y es castigada terriblemente por éste, lo que hace que el servidor sea consciente de hasta sus mínimas expresiones de orgullo y así poder llegar a controlarlas.
Tomar una actitud velada, con los ojos modestamente bajos.
Tener una manera de hablar discreta, con palabras mesuradas, sin gritar.
Evitar las risas estrepitosas y la disipación alborotada.
Ninguna precipitación por tomar parte en las conversaciones y callarse hasta que se haya de responder a una pregunta.
Pasar por el monasterio como todo el mundo, sin singularizarse.
Creerse, con toda sinceridad, más miserable que los demás.
A la vista de las deficiencias personales, reconocer la propia insuficiencia para desempeñar los cargos más elevados, y considerarse siervo indigno e inútil en todas las cosas.
Reconocerse pecador.
Aceptar con paciencia, dentro de una humilde obediencia, las duras crucifixiones de la vida.
Tomar por regla el juicio de los superiores.
No complacerse en la voluntad propia.
Vivir en el temor de Dios y en la sumisión a todos sus preceptos.
Hay un motivo biológico, instintivo, evidente e inevitable: que vemos el mundo (con la vista) con una visión que se desplaza al mismo tiempo que nos desplazamos. Es decir, siempre nuestra visión es desde el centro de todo lo que nos rodea, lo cual nos ayuda a creernos "el centro del mundo". Si no viéramos con los ojos y siempre nos viéramos desde fuera, como grabados en vídeo desde (por ejemplo) 10 metros más atrás nuestro, esto no ocurriría.
El procedimiento que nos insinúa el demoniete orgullo es muy sencillo. Dado que no somos todos idénticos, el demoniete nos hace que veamos un aspecto en el que somos más que los demás (por ejemplo, que comemos más zanahorias que los demás). Luego nos insinúa un montón de razones por lo que eso es lo más importante de todo, y así, acabamos creyéndonos superiores a todo el resto de gente que no come tantas zanahorias, que “todo el mundo sabe que es lo más importante de todo”. Al demonio le gusta obsesionar, pues con ello nos deforma la visión de la realidad y puede hacernos creer que estamos “sobre” los demás.
Si creemos que muchas cosas las hacemos mejor que los demás, es simplemente el orgullo que nos ciega, ya que cada uno tenemos nuestros dones; sólo Jesucristo sabía hacer todo bien. Unos valemos para unas cosas, otros para otras.
Estamos siempre rodeados, perseguidos, de un montón de demonios. Habitualmente se van turnando para dominarnos. Nos dominan porque nos dejamos. Es increíble, pero es así. Mientras nos dominan no somos nosotros los dueños de nuestro cuerpo y de nuestra vida, son ellos. Ellos hacen lo que quieren con nuestro cuerpo y nosotros les obedecemos. Es una locura pero es lo habitual.
Son como los mosquitos: que antes de chupar la sangre nos inoculan un anestésico para que no notemos el pinchazo. Ellos igual, además de usar nuestro cuerpo y mente para lo que ellos quieren, nos engañan para que no nos demos cuenta.
(Los que mandan hacen lo mismo, además de perjudicarnos de todas las formas que pueden nos engañan diciendo que ellos son inocentes, que la culpa es de otro).
El orgullo es el principal demoniete que obedecemos y él va llamando al resto por turnos.
La Iglesia lo llama “el orgullo”. Algunos lo llaman “la importancia personal”. (La diferencia con la “vanidad” está muy bien explicada en el libro “El criterio”, del P. Jaime Balmes).
El anestésico que nos da para que no nos demos cuenta de que no somos nosotros los dueños de nuestra vida, sino que es él, es engañarnos de quién somos nosotros (luego se explica).
Tomando como base esa mentira, es como va justificando el llamar al resto de demonietes.
El orgullo fue el primer pecado, el que cometió Lucifer cuando rechazó colaborar cuando Dios anunció a los ángeles el plan de redención (que consistía en el sacrificio de su Hijo encarnado en forma de hombre. Los hombres somos seres menos perfectos que los ángeles, aunque podemos hacer cosas más importantes de las que ellos pueden, como la Misa y estamos llamados a ser como Dios, pues somos Hijos de Dios, ni los ángeles lo son ni serán. Una cosa es a lo que estamos llamados y otra que la inmensa mayoría se condena).
Todos nuestros pecados nos distorsionan nuestra visión de la realidad en mayor o menor grado. El que más lo hace, por ser el más importante y raíz de todos es el orgullo.
Es como el que va conduciendo lento provocando una larga caravana de coches detrás, y, recordándole alguien lo que lleva detrás, respondiera: “para qué voy a correr más, si voy el primero”. Ignorancia probablemente producida por su orgullo. O el refrán “piensa el ladrón que todos son de su misma condición”, igualmente el ladrón probablemente es ignorante y le lleva a pensar equivocadamente de los demás por su orgullo. Si fuera humilde, fuera consciente de sus defectos, probablemente se consideraría inferior a los demás y no les vería los pecados que él tiene (o se los excusaría a ellos pero no a sí mismo).
“El orgullo nos ciega y nos hace odiosos a los ojos de Dios y de los hombres” “el orgullo nos oculta nuestros defectos” “este pecado sume al alma en tan espesas tinieblas que nadie se cree culpable del mismo” “el orgullo es la fuente de toda clase de vicios” (Sermón santo cura de Ars).
El orgullo hace que nos demos demasiada importancia, que nos concentremos demasiado en nosotros y dejemos de escuchar, ver a nuestro alrededor. Otros ejemplos: El que en reuniones siempre habla mucho, alocadamente, y en voz alta: no se da cuenta que los demás también pueden hablar (si el calla), no se da cuenta que se puede charlar serena y tranquilamente. El vecino que escucha la radio muy alta: no se da cuenta que los demás también tienen radio que pueden poner muy alta y molestarle. No se da cuenta del silencio que reina cuando apaga la radio.
El orgullo hace que veamos sólo lo que apoya a los demonios que nos poseen habitualmente, nuestros pecados habituales, y dejemos de ver lo que les pone en evidencia (las contradicciones, errores); y que deformemos la realidad para resaltar lo primero anterior y minimizar lo segundo.
«No hay tinieblas más tenebrosas ni cosa tan oscura y negra, que [el pecador] no lo esté mucho más... Si lo entendiesen, no sería posible a ninguno pecar». «¡Qué turbados quedan los sentidos! Y las potencias ¡con qué ceguera, con qué mal gobierno!... Oí una vez a un hombre espiritual que no se extrañaba de las cosas que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía» (1 Morada 2,1-5). S. Teresa de Ávila
Cuando alguien nos dice algo que hiere a nuestro demoniete orgullo, él nos altera el cuerpo para dejar de oír literalmente lo que nos dicen. Le puede herir que nos digan nuestras contradicciones, que nos recuerden nuestras debilidades, nuestros errores o pecados pasados, que nos digan verdades que somos todavía incapaces de asimilar, de aceptar, porque chocan con intereses o ideas en los que basamos nuestra situación, nuestro actuar actual.
Siempre que nos dicen algo que nos molesta es culpa nuestra; pues toca un tema que tenemos “en herida abierta”: si alguien nos habla de nuestros “cuernos verdes”, pensaremos que está borracho, no ve bien, está de broma,... no nos molestaremos porque estamos convencidos que unos cuernos verdes no tienen nada que ver con nosotros. Pero si alguien nos acusa de ladrones y nos alteramos,... es que quizá tienen fundamentos por que decirlo. Como dice el refrán: “El que se pica, ajos come” (no es culpa de los ajos que piquen, si alguien se molesta del picor de los ajos es que los está comiendo, esa molestia es culpa suya que ha decidido comerlos, no de los ajos). También puede tener el otro culpa si sabe de nuestra herida o peca de imprudencia (“no mentar la horca en casa del ahorcado”).
El orgullo nos hace creer todas las mentiras que puede, la principal, hacernos olvidar que somos Hijos de Dios (si bautizados) y nuestra misión en la tierra; para hacernos creer que somos una de nuestras circunstancias temporales: alcalde, abogado, guapo, rico,... y, como consecuencia, que nuestra misión en la tierra es pasárnoslo lo mejor posible por todos los medios posibles.
Una vez hemos tragado esa mentira, el resto es “coser y cantar”: llamará al demoniete ira cuando oigamos hablar mal de los abogados, al demoniete envidia cuando perdamos las elecciones y saludemos al vencedor, al demoniete celos cuando nuestra novia nos deje por otro, al demoniete avaricia cuando alguien se adelante a comprar una casa que queríamos, etc.
Es decir, el orgullo nos hace creernos que somos lo que hacemos, y así, cuando alguien critica lo que hacemos, nos lo tomamos como "algo personal", todo "nos lo tomamos a pecho", como un ataque a nuestro ser; seremos más o menos si vencemos en ese ataque o no, por ello es tan fácil que nos lleve a la ira.
El orgullo no tiene nada que ver con el tipo de carácter o personalidad que tenemos, (ver lo explicado en el artículo “dones naturales, sobrenaturales”).
Todas las "malas noticias" que salen por televisión. La tv, internet, la prensa, radio, están llenas de incitaciones, de comida, para nuestro demoniete orgullo. Nuestro demoniete es un ángel caído, es un espíritu, no se alimenta de patatas, sino de los pensamientos, informaciones, que le hacen engordar. Dado que nosotros nos olvidamos que no somos él, dado que consideramos como nuestros sus pensamientos, deseos, pues estamos encantados "comiendo" con todo lo que le engorda, consumiendo noticias que nos dicen lo malos que son los demás, lo mal que les va, los errores que cometen, etc.
El demoniete orgullo es sólo un soldado del ejército de Satanás, que lo que quiere es que se condene el mayor número de gente posible. Satanás, (como los que mandan, que actualmente están casi todos a su servicio), lo que hace es mantenernos lo más distraídos posibles para que no tengamos ni tiempo ni energía para descubrir quienes somos y así trabajar por nuestra salvación (y que nuestro alma se le escape de las manos). Para ello utiliza todos los medios y se adapta “al cliente” (ver artículo sobre cómo tienta el diablo).
El que le financia, el que le permite hacer muchas cosas que sin él no podría. Por eso Jesucristo decía que era tan difícil para los ricos entrar en el reino de los cielos.
Porque con dinero podemos pagarnos todos los vicios y caprichos, podemos tratar mal a la gente, podemos hacer más malos actos (podemos contratar a otros que los hagan por nosotros, nuestros malos actos pueden dañar a más gente), con dinero pago las consecuencias de mis malos actos (pago multas y sigo en libertad o pago abogados y jueces para no ir a la cárcel).
El general Francisco Franco le dijo a Vicente Ferrer: "el dinero es lo que pervierte a los pueblos".
La vanidad, vanagloria, es diferente que el orgullo. Es el deseo de la gloria mundana, de alabanzas, honores y grandezas externas. Dicen que ésta es más corriente en las mujeres y el orgullo en los hombres.
El orgullo tiene un aspecto positivo: que ejercitamos mucho nuestra voluntad; por contraposición a la sensualidad, en que nos dejamos llevar por lo que nos pide el cuerpo. Esa fuerza de voluntad podemos conseguir un día ponerla al servicio del bien, en vez de hacia nosotros,
Como dice en su sermón sobre el orgullo el santo cura de Ars, la humildad “no consiste, pues, en palabras ni en obras, sino en el conocimiento de sí mismo, gracias al cual descubrimos en nuestro ser un cúmulo de defectos que el orgullo nos ocultara hasta el presente”, virtud “absolutamente necesaria para ir al cielo”, “sólamente por la humildad podemos reconocer a un buen cristiano”, «Te basta la sola humildad. En vano he trabajado en buscar la verdad; para conocer el camino que más seguramente lleve a Dios, nunca he sabido hallar otro», “una persona verdaderamente humilde nunca habla de sí propia, ni en bien ni en mal; conténtase con humillarse delante de Dios, que la conoce tal cual es. Sus ojos no atienden más que a su conducta propia, y gime siempre por reconocerse muy culpable; por otro lado, no deja de trabajar por hacerse cada vez más digna de Dios. Nunca la veréis emitir su juicio sobre la conducta de los demás, nunca deja de formar buena opinión de todo el mundo. ¿Hay alguien a quien sepa despreciar? A nadie más que a sí propia. Siempre echa a buena parte lo que hacen sus hermanos, pues está muy persuadida de que sólo ella es capaz de obrar el mal. De aquí viene que, si habla de su prójimo, es para elogiarlo; si no puede decir de los demás cosa buena, se calla; cuando la desprecian, ...”
La humildad no es estar ciegos a como es el mundo (con todos sus pecados), es verlo pero no quedarse mirándolo. Es ver al vecino hacer algo criticable pero no criticarle, pues sabemos ciertamente que tenemos muchas miserias dentro de nosotros y no sabemos con certeza lo que tiene el vecino en su corazón ni los talentos que recibió o no de Dios. Y las miserias del vecino (en caso de ser ciertas, que muchas veces son puras invenciones nuestras), no descargarán el peso de mis pecados en el juicio. Interesarnos por el vecino, por el mundo, muchas veces es cotilleo y ocasión para otros pecados.
Visitar este sitio con ánimo de aprender es una muestra de humildad, pues el orgulloso se cree perfecto y, por tanto, que no necesita aprender nada.
Una maestra, en esto de la humildad, es S. Teresa del Niño Jesús (de Lisieux), que predica lo de “hacerse como niños” para entrar en el cielo:
“Nunca he dado a Dios más que amor” (complacer a Jesús siempre, en acciones grandes y pequeñas. No descuidar ningún sacrificio, por pequeño que parezca. En aceptar con alegría las pequeñas cruces que nos llegan todos los días).
“Basta con humillarse, con (ver y) soportar dulcemente nuestras imperfecciones”.
Al reconocer un error, pecado, decirse “¡Todavía estoy así! Pero con gran dulzura y sin tristeza. ¡Es tan dulce sentirse débil y pequeño!”. Si alguien nos espeta un defecto, responder “es verdad”, y no avergonzarnos, ni llorar, ni enfadarnos,... seguir jugando y hablando como si nada.
“El espíritu de infancia mata más seguramente el orgullo que el espíritu de penitencia”. Mons. Gay.
(texto completo del excelente sermón del santo cura de Ars sobre el orgullo aquí, en formato odt)
La (humildad) exterior consiste:
1º en no alabarse del éxito de alguna acción por nosotros practicada, en no relatarla al primero que nos quiera oír; en no divulgar nuestros golpes audaces, los viajes que hicimos, nuestras mañas o habilidades, ni lo que de nosotros se dice favorable;
2º en ocultar el bien que podemos haber hecho, como son las limosnas, las oraciones, las penitencias, los favores hechos al prójimo, las gracias interiores de Dios recibidas;
3º en no complacernos en las alabanzas que se nos dirigen; para lo cual deberemos procurar cambiar de conversación, y atribuir a Dios todo el éxito de nuestras empresas; o bien deberemos dar a entender que el hablar de ello nos disgusta, o marcharnos, si nos es posible.
4º nunca deberemos hablar ni bien ni mal de nosotros mismos, para que se nos alabe: esto es una falsa humildad a la que podemos llamar humildad con anzuelo. No habléis nunca de vosotros, contentaos con pensar que sois unos miserables, que es necesaria toda la caridad de un Dios para soportaros sobre la Tierra.
5º nunca se debe disputar con los iguales; en todo en cuanto no sea contrario a la conciencia, debemos siempre ceder; no hemos de figurarnos que nos asiste siempre el derecho; aunque lo tuviésemos, hemos de pensar al momento que también podríamos equivocarnos, como tantas veces ha sucedido; y, sobre todo, no hemos de tener la pertinacia de ser los últimos en hablar en la discusión, ya que ello revela un espíritu repleto de orgullo.
6º nunca hemos de mostrar tristeza cuando nos parece ser despreciados, ni tampoco ir a contar a los demás nuestras cuitas; esto daría a entender que estamos faltos de toda humildad, pues, de lo contrario, nunca nos sentiríamos bastante rebajados, ya que jamás se nos tratará cual nuestras culpas tienen merecido; lejos de entristecernos, debemos dar gracias a Dios, a semejanza del santo rey David, quien volvía bien por mal, pensando cuánto había él también despreciado a Dios con sus pecados.
7º debemos estar contentos al vernos despreciados, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, de quien se dijo que se "vería harto de oprobios" (Lamentaciones 3:30), y el de los apóstoles, de quienes se ha escrito "que experimentaban una grande alegría porque habían sido hallados dignos de sufrir ignominia por amor de Jesucristo"; todo lo cual constituirá nuestra mayor dicha y nuestra más firme esperanza en la hora de la muerte.
8º Cuando hemos cometido algo que pueda sernos echado en cara, no debemos excusar nuestra culpa; ni con rodeos, ni con mentiras, ni con el gesto debemos dar lugar a pensar que no lo cometimos nosotros. Aunque fuésemos acusados falsamente, mientras la gloria de Dios no sufra menoscabo, deberíamos callar. Ved lo que sucedió a aquélla joven que fue conocida con el nombre de hermano Marín... ¡Ay! ¿quién de nosotros se habría sometido a semejantes pruebas sin justificarse, cuando tan fácilmente podía hacerlo?
9º Esta humildad consiste en practicar aquéllo que más nos desagrada, lo que los demás no quieren hacer, y en complacerse en vestir con sencillez.
En esto consiste, H.M. la humildad exterior. Mas ¿en qué consiste la interior? Vedlo aquí. Consiste:
1º en sentir bajamente de sí mismo; en no aplaudirse jamás en lo íntimo de su corazón al ver coronadas por el éxito las acciones realizadas; en creerse siempre indigno e incapaz de toda buena obra, fundándose en las palabras del mismo Jesucristo cuando nos dice que sin Él nada bueno podemos realizar, pues ni tan sólo una palabra, como por ejemplo "Jesús", podemos pronunciar sin el auxilio del Espíritu Santo.
2º Consiste en sentir satisfacción de que los demás conozcan nuestros defectos, a fin de tener ocasión de mantenernos en nuestra insignificancia;
3º en ver con gusto que los demás nos aventajen en riquezas, en talento, en virtud, o en cualquier otra cosa; en someternos a la voluntad o al juicio ajenos, siempre que ello no sea contra conciencia.
Sí, H.M., la persona verdaderamente humilde debe semejar un muerto, que no se enoja por las injurias que se le infieren, ni se alegra de las alabanzas que se le tributan.
En esto consiste, H.M., poseer la humildad cristiana, la cual tan agradables nos hace a Dios y tan apreciables a los ojos del prójimo. Considerad ahora si la tenéis o no. Y si desgraciadamente no la poseéis, no os queda otro camino, para salvaros, que pedirla a Dios hasta obtenerla; ya que sin ella no entraríamos en el cielo.
Este artículo en otra web es también muy completo en cuanto a los síntomas del orgullo. Escrito por un profesor de universidad y cita ejemplos del ambiente del profesorado universitario. Tiene muchas citas a S. Tomás.
Sólo podemos estar seguros al 100% de la bondad de nuestra intención, no de la bondad de nuestros actos, pues ello implicaría conocer con certeza absoluta (al 100%) lo que quiere Dios que hagamos en este momento, lo cual es imposible, por las secuelas del pecado original: si estamos 100% seguros de que estamos obrando bien, es un claro pecado de orgullo.
En la tierra, sólo el papa (cuando lo había) estaba seguro de expresar la verdad (en temas de fe y de moral), estaba seguro de que Dios obraba por él en ese caso. (La voluntad de Dios era que dijera “...”).
Los reyes se rodeaban de consejeros y nosotros, vasallos incultos, ¿vamos a creernos conocer la voluntad de Dios? (de los hechos futuros, no de los presentes o pasados, ya inevitables). El gran santo cura de Ars, fabuloso confesor, dudó hasta cercana su muerte si debía dedicarse a confesar o retirarse a un convento de clausura.
Si creemos saber ciertamente, al 100%, que no vamos a condenarnos,... ídem. (Nadie tiene garantizada la perseverancia final). Si creemos saber todo lo importante que debemos saber y no olvidar nada,... ídem.
Esta rotundidad nos lleva a la discordia, y la ira, a la obstinación, a no escuchar, al no saber convivir con opiniones contrarias.
(También podemos pecar de lo contrario: de un exceso de temor, de precaución, de duda; por pusilánimes, por desconfianza en la Providencia o en la misericordia de Dios,...)
Observar nuestra respiración, si nuestro cuerpo está tenso.
Si no estamos gozosamente en paz, con dicha interior, (aún en las peores circunstancias), es que uno de nuestros demonietes está dominándonos. (Externamente nos comportamos como convenga, pero siempre con infinita paz y gozo interiores).
Podemos (y debemos) mostrar alegría o enfado cuando las condiciones externas (sociales) lo exijan, pero sabiendo que lo hacemos sólo por eso.
Podemos estar sintiendo un gran malestar y al mismo tiempo un gran gozo profundo, como cuando cuidamos toda la noche a nuestro hijito con fiebre.
“Pero si me pisan el pie, ¿qué hago con mi dolor?”
Pues nada de sufrir y enojarse. El demonio de turno estará encantado de que lo hagamos (así toma él el control). Y al cabo del rato, (cuando nos calmemos), nos devolverá el cuerpo agotado por la ira, eso si no iniciamos una pelea con resultados peores.
En vez de ello,
miramos los hechos: si nos han hecho alguna herida, masajeamos el pie para que no se amorate demasiado,... y usamos el dolor para lo que es: para informarnos de que algo anormal pasa en alguna parte del cuerpo.
En vez de ello,
tratamos de comprender la situación: quizá descubramos que quien nos ha pisado está ciego o va cargado con mucho paquetes que le impiden ver dónde pisa, etc.
¿Y si es un dolor mental, como recibir un insulto?
Pues más fácil, porque el único quien se ofende es... el demoniete “orgullo”. Lo que de verdad somos nosotros no va a cambiar porque alguien nos insulte.
¿Y entonces qué hacemos?
Pues hagamos lo que está más allá, (o por encima), del 'me gusta' / 'me disgusta' y del resto de pensamientos del demoniete de turno.
Hagamos como Armónica, en la película "Érase una vez en el Oeste"
Hagamos lo que decía Tolstoi (en 'Amar al prójimo'): cumplamos con (lo que entendamos) nuestro deber. (El nuestro, ¡no de ninguno de nuestros demonietes! Ojo, también tenemos los “demonietes disfrazados de buenos” que nos perjudican tanto como los “demonietes no disfrazados”)
Ojo, bien seguros que lo que entendemos como nuestro deber es lo que nos dice el Cristo que llevamos dentro, no una sugerencia del Demonio, de uno de nuestros demonietes
Blas de Lezo parece que seguía lo que sentía su deber, independientemente de todas las dificultades.
Con la serenidad del chino del cuento.
Y el mejor modelo, cómo no: Jesucristo.
Cómo lo explica el santo cura de Ars en su sermón sobre las tentaciones:
“La más leve murmuración, una calumnia, hasta un papel algo frío, una pequeña desconsideración de parte de los demás, un favor pagado con ingratitud, provocan en seguida en su ánimo sentimientos de odio, de venganza, de aversión, hasta el punto de llegar a veces a no querer ver jamás a su prójimo o a lo menos a tratarle con frialdad, con un aire que revela indudablemente lo que pasa en su corazón; ...”
La frase "No lo sé" está prohibida en algunas circunstancias: imaginen que Ud. están presentando ante un auditorio el "maravilloso producto quita toda mancha Limpín". En una presentación así, donde es difícil matizar las cosas y donde el presentador por tanto debe mostrarse bastante como el ídolo/héroe que va a salvar a sus clientes de las garras de la mancha, que él responda "No lo sé" a una de las preguntas de su auditorio, rompería la ficción de "cuento de hadas" en la que todos se entregan más o menos conscientemente (pues de una presentación puede esperarse la verdad hasta cierto límite, que es inferior a la que se puede llegar debatiendo en un foro de expertos).
Benditas monjas que sufren persecución en España (junio 2024) por seguir a Dios. Acabo de publicar unos libros muy interesantes sobre el cielo y el ángel de la guarda, de sacerdotes de principios del siglo XX. Tienen reseñas de los mismos en esta página de mi otra web |
Rezar el Rosario (mejor en latín) es el principal recurso que nos queda.
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