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La profundidad infinita de hacer algo (rezar)
Extracto del sermón del santo cura de Ars sobre la oración
Rezar puede ser sacrificio perfecto, puro
Cuando pronunciamos una frase, algo en nuestro interior se hace acorde con lo que decimos:
si decimos una frase de enfado, insultamos a alguien, estamos haciendo que se segreguen hormonas de agresividad en nuestro cuerpo, además de que, si lo hacemos frecuentemente, estamos creando un mal hábito (el de insultar). Es decir, que lo que decimos tiene consecuencias en nuestro cuerpo y en nuestro alma.
Por ello, cuando rezamos, repetimos el Paternoster, estamos diciendo lo mismo que decía Jesucristo a su Padre, eso está provocando en nuestro interior lo mismo que le provocaba a Jesucristo. Estamos haciéndonos semejantes a Jesucristo. Igualmente, cuando rezamos el Ave María, con la primera parte estamos repitiendo las palabras del arcángel S.Gabriel, con la segunda las palabras de la prima de la Virgen (Sta. Isabel), y con las últimas, la invocación definida en el concilio de Éfeso (año 430). Nos estamos interiorizando, haciendo como, un arcángel, la prima de la Virgen, y las palabras de un concilio.
Por eso el Paternoster es la oración más grande, porque estamos repitiendo las palabras, y con ello la actitud, que tuvo Jesucristo con su Padre. Estamos formando en nosotros las virtudes que esas palabras significan: principalmente humildad.
¿Se imaginan al pobre Satanás pronunciando “Ave María, gratia plena, dominus tecum”? Le da un síncope. Los ángeles son seres más cercanos a Dios y por ello no pueden contradecirse sin aniquilarse. Su realidad se corresponde exacta e instantáneamente con lo que piensan (por eso Dios tuvo que crear el infierno para Satanás y sus seguidores en el instante que dijo “Non serviam”). A nosotros nos pasa parecido, cuando más nos acercamos a Dios más claramente oímos la voz de la conciencia que nos recuerda nuestras contradicciones y por tanto, más difícil se nos hace seguir viviendo con ellas.
“Cuando rezamos el Ave María el cielo todo se regocija y se estremece de alegría, y al mismo tiempo todo el infierno tiembla al recordar que María fue el instrumento de que se sirvió Dios para encadenarle.” (Santo cura de Ars)
Cuando vamos a pasar un río pisando sobre las piedras que sobresalen, antes de poner cada pie, antes ponemos la mirada. En la vida cotidiana igual, la mirada se anticipa a la acción. La mirada responde a lo que estamos pensando y todavía no hemos hecho (“Donde pone el ojo, pone la bala”). El tipo de mirada nos habla de la situación mental de una persona. (¿Por qué las mujeres se fijan sobre todo en la mirada de los hombres? Pues porque dice cómo es él por dentro, y, por tanto, qué se puede esperar de él que haga o deje de hacer. Mucho más verídico que lo que cuente).
La imagen es el detalle de un “pantocrator” (figura del románico). Normalmente nuestros ojos tienen una posición convergente, apuntando a un objeto más o menos cercano. Sólo en ciertas circunstancias los ponemos “paralelos”.
Por muy lejos que estén las estrellas que estamos mirando, la posición de nuestros ojos no es igual a la comentada, pues nuestra mente (y las dos cosas se mueven juntas, como veíamos antes), está en un estado consciente objetivo (veo una estrella que está en tal sitio, junto con otras, etc.).
¿Cuándo los ponemos “paralelos”? Cuando estamos locos, cuando nos hipnotizan (cuando estamos viendo la televisión o en el cine), y cuando estamos hablando con alguien que no vemos (estamos rezando). En los tres casos estamos abstraídos de la realidad circundante (el loco porque por eso está loco, porque no es capaz de percibir la realidad; los hipnotizados porque están “absorbidos” y manipulados por el hipnotizador, y los que rezamos, porque estamos concentrados hablando con Dios, la Virgen, un Santo, nuestro ángel de la guardia,...).
La diferencia entre esos tres estados es evidente: rezando somos conscientes, somos actores de nuestra vida. Hipnotizados estamos dejando que otro haga con nuestra vida lo que quiera, y locos, pues tampoco podemos trabajar por nuestra salvación ni nada.
Evidentemente, la figura del pantocrator tiene los ojos paralelos porque está en comunión con Su (y nuestro, si estamos bautizados), Padre. Igual tenemos nosotros los ojos cuando rezamos atentos y con devoción (y no cesamos de moverlos de un sitio a otro cuando rezamos distraídamente). Evidentemente, no se trata de que intentemos poner los ojos así voluntariamente, se trata de rezar bien. Cómo se pongan los ojos o que levitemos es algo que nos tiene que tener sin cuidado.
En los dibujos de la derecha vemos un par de señores vistos desde arriba. El de abajo está mirando una flor, el de arriba rezando. Cuando miramos algo, esté más o menos lejos, siempre nuestra mirada converge en ese objeto. Si miramos una montaña lejana o la luna, están casi paralelos, pero no paralelos. Sólo los ponemos paralelos cuando nos hipnotizan cuando miramos películas (o la tv), y cuando estamos pensando en algo que no vemos: cuando rezamos.
Cuando rezamos la Salve, le pedidos a la Virgen “illos tuos misericordes oculos ad nos converte” (míranos con/por misericordia). Dios, a los réprobos, el día del juicio les dirá “apartáos de mí”, quitáos de mi vista. Nuestro gozo en el cielo será ver a Dios (a distintas distancias). Uno de los sufrimientos en el infierno es no ver a Dios.
Cuando tenemos la grandísima suerte de poder comulgar materialmente (casi imposible en estos tiempos), debemos seguir con la mirada la cruz que hace el cura con la Hostia antes de dárnosla: porque ella es Dios, y ¿a dónde sino vamos a mirar cuando tenemos a Dios tan cerca? Ni al cura. Seguir la Hostia con la mirada, de izquierda a derecha es parecido a lo que hace el hipnotizador con su paciente, pero con evidentes diferencias: a nosotros nos sirve para reconstruir la cruz de Dios en nosotros, o nos sirve para recordarnos que las virtudes morales (no teologales) debemos ejercitarlas sin caer en extremos. Para ello debemos conocer los extremos y quedarnos en la mitad, debemos conocer (mejor sólo intelectualmente) los extremos y quedarnos en el centro, en el palo vertical de la cruz. Las virtudes teologales nunca podemos excedernos en aplicarlas.
Un pensamiento (“tengo hambre”) es algo limitado a lo que dice. Podemos asociarle otros pensamientos, pero él mismo dice lo que dice y nada más. Por muchas vueltas que le demos, por muy obsesionados que estemos con él, no tiene más.
En cambio, cualquier cosa material que hacemos tiene una riqueza, profundidad infinita. Mil veces que pronunciemos la santa palabra “Jesús”, mil veces que puede ser distinta la experiencia, porque cualquier cosa material tiene mil facetas. Mientras pronunciamos la palabra podemos escuchar nuestra voz. Esta sería una faceta. Pero es que nuestra voz tiene, a su vez, varias facetas en las que podemos fijarnos: la intensidad, el timbre, la melodía, la velocidad,... y cada una de ellas tiene sus facetas particulares: la intensidad puede no ser la misma al inicio que al final, las melodías pueden ser innumerables,...
Otro aspecto de esa infinitud es, por ejemplo, que el rezar no es una veleidad como muchas de las cosas que hacemos en la vida: empezamos a leer un libro y si no nos gusta lo dejamos, damos un paseo y cuando nos cansamos volvemos. Rezar (cuando hacemos un rezo fijo, como el rosario), es algo que tiene un principio, desarrollo y fin. No es algo a dejar “cuando nos apetece”, “cuando nos cansamos”. Y por esto, el “hacer cosas” tiene mucha más fuerza que “hacer cosas mientras nos apetece”. Por eso los votos son mucho más poderosos que acabar haciendo lo mismo pero sin un compromiso inicial.
Otro aspecto de esa infinitud es que refleja la profundidad de nuestra intención: como dice el refrán, “Hacer cosas”, las obras, son amores, y no las “buenas razones”.
Otro aspecto de esa infinitud es que el rezar es efímero, transitorio, duradero sólo el rato que lo hacemos, no es una piedra que se mantiene inalterable por milenios. También puede ser más o menos largo y ayudarnos más o menos a aislarnos del mundo que si el rezo es muy corto. También ocurre que el rezo siempre es el mismo pero cada uno que rezamos lo rezamos diferente: nos sirve de espejo para darnos cuenta de cómo estamos. De espejo o de regla, porque él no cambia, somos nosotros los que cambiamos. Igual que cuando medimos con una regla diferentes cosas: la regla es la misma, las cosas diferentes.
La importancia del hacer: Sólo mientras estamos en la tierra podemos “hacer” cosas y con ello, no condenarnos y no perder muchas posiciones respecto al puesto que nos tiene reservado Dios en el cielo. La fe sin obras es una fe muerta, nos condenamos. En el cielo ya no podremos “avanzar posiciones” haciendo cosas para acercarnos más a Dios.
Cuando empezamos a rezar el rosario pedimos a la Virgen “que con toda atención y devoción podamos rezar vuestro santísimo rosario”. La atención es ser conscientes de lo que decimos, no estar pensando en otra cosa, distraídos, mientras rezamos maquinalmente. La devoción es poner el corazón en lo que decimos. Es que cada una de las palabras que pronunciamos (para ello antes tenemos que entenderlas al 100%), respondan a un anhelo interior nuestro (o viceversa), igual que cuando de pequeños decíamos “mamá, tengo hambre” cada una de las palabras respondían a un interés completo, las pronunciábamos con toda voluntad y sentimiento.
En varias ocasiones leemos en el Evangelio que Jesucristo reza diciendo "Padre". ¿Nos damos cuenta de lo que debieron sentir los discípulos cuando Él les dijo que rezaran igual que Él, diciendo "Pater noster...". ¿Qué inmenso honor, gratitud, anonadamiento,... debieron sentir al oír que aquel a quien seguían (tan poderoso que mandaba sobre la salud, la muerte, las tempestades; tan maestro de sabiduría y amor,...), les colocara como hermanos suyos frente al Padre?
Las palabras verdaderas nombran la esencia de las cosas. Cuando Jesucristo les enseñó el Paternoster y no algo como: "Dios todopoderoso, nosotros hombres insignificantes...", es porque es más esencial, en nuestra relación con Dios Padre, el que seamos sus Hijos que no hombres.
Es hablar con el Cristo que llevamos dentro.
Es hablar con nuestro amigo perfecto.
No es hablar con nosotros mismos, ni con uno de los otros
demonietes que suelen tentarnos. Eso es "darle vueltas a las
cosas", "estar obsesionado por",...
Es hablar
con nuestro maestro interior (Cristo) que nos dice la verdad, aunque
a nuestros demonietes no les guste oírla (lógico, pues son
servidores del Diablo, que es “el señor
de la mentira”).
Podemos rezar con nuestro Cristo, hablar con él, para las mismas cosas para las que hablaríamos con nuestro mejor amigo:
para compartir con él nuestras alegrías
idem las penas
pedirle cosas tranquilamente
pedirle cosas desesperadamente
decirle lo guapo / guapa que está, lo bien que ha hecho tal o cual cosa (adorarlo, alabarlo, glorificarlo, bendecirlo)
para pedirle consejo tranquilamente
para pedirle consejo desesperadamente
para darle gracias serenamente
para darle gracias extasiadamente
todo ello desde el estado de ánimo que estemos:
sereno (con voz normal)
entusiasmado (a gritos)
desesperado (a gritos)
helado de miedo (con un hilo de voz)
agotado (con un hilo de voz)
etc.
Como es nuestro mejor amigo, siempre le decimos lo que sea de la forma que sea, pero siempre sinceramente.
Como es nuestro mejor amigo, entiende que le hablemos a gritos, sollozos, desesperado,...
Podemos decirle lo que vamos pensando o podemos decirle oraciones (Padrenuestro, Ave María, etc.). Las oraciones tienen las ventajas de los ritos.
Lo mejor es estar continuamente hablando con Él. Que en cualquier cosa que estemos haciendo se lo digamos, le digamos cómo nos sentimos y escuchemos lo que nos responde.
Tener recuerdo continuo de Él:
en nuestro pensamiento
en nuestro habla ("Si Dios quiere", "primero Dios", "Dios mediante", "gracias a Dios que...")
en nuestras obras (santiguándonos, bendecir la comida, examen de conciencia diario, rezar,...)
Hay unas incorrecciones frecuentes de cómo rezamos:
no saber lo que significa lo que rezamos
rezar deprisa
rezar sin pensar en lo que estamos diciendo, pensando en otra cosa. Podemos recitar con la boca y estar pensando en otra cosa mundana. Las distracciones son inevitables, pero, una vez distraídos, démonos cuenta y volvamos a lo que estamos haciendo.
Sobre algunas incorrecciones frecuentes en las oraciones está este otro artículo.
Al principio rezamos penando, nos cuesta ponernos a rezar y rezar lo que nos hemos comprometido, sufrimos. No le encontramos sentido a rezar 50 veces lo mismo.
Podemos llegar a rezar con gozo. ¿Cómo no vamos a gozar diciendo: “Ave María, gratia plena, dominus tecum, benedicta tu in muliéribus, et benedictus fructus ventris tui, Jesus. Santa María, mater Dei”? Es normal no estar muy exultantes cuando acabamos el Avemaría con el “ora pro nobis nunc et in ora mortis nostrae, amen”, pero, la primera parte, ¿cómo no va a llenarnos de alegría si estamos reconociendo las divinas cualidades de nuestra santísima madre? Cuando llegamos ahí entendemos un poco qué es el cielo, donde no tendremos que rezar para pedir, pero si podremos seguir alabando a la Virgen, a Dios, etc.
Sin la gracia (que Dios nos da) no podemos hacer nada.
Por ello, parte importante de las oraciones son peticiones. La gracia de Dios no sólo nos permite obrar, sino también el querer obrar.
Pedir es lo primero que hace un niño cuando necesita algo. Es una de las cosas que tenemos que hacer para cumplir lo que nos mandaron: hacernos como niños.
Tenemos que pedir por nosotros, por los demás, y pedir a los demás que recen por nosotros.
Tenemos que ir con mucho cuidado con lo que pedimos porque nos lo conceden a menudo.
Las cosas que pedimos que son invisibles, espirituales, que son desarrollo de nuestras facultades (tener menos orgullo, amar a tal persona, comprender más a nuestro hijo, etc.), nos las proporciona el Espíritu Santo.
Si pedimos cosas materiales, el proveedor puede ser el Diablo. (Ver por qué ocurren las cosas)
Evidentemente nunca debemos pedir el mal de otros, pues de entrada ya nos estamos perjudicando al hacerlo, haciéndonos 'mala sangre'. (A nuestro ego le encanta que nos perjudiquemos así).
Además el Diablo nos engañará descaradamente, de forma que, cuando le pidamos "quiero un auto", nos dará un auto pero... que será una fuente continua de averías y disgustos.
A veces nos puede parecer que el Espíritu Santo es un bromista y, si le pedimos algo con algo de deseo material ("quiero que me libres de mi soledad", con el deseo escondido de que tenga forma de "marido" o de "esposa"), nos hará conseguir ese algo, pero de una forma diferente de la que esperábamos.
En este caso, podría librarnos de la soledad haciéndonos descubrir a Cristo en nuestro interior (con lo cual ya nunca tendremos soledad), pero como pago por nuestra insinceridad, nos enviará a un perro pulgoso o un gato sarnoso en vez del "marido" o "esposa" secretamente deseados.
O si le pedimos "una pareja con quien desarrollarnos espiritualmente" (pensando en un marido o una esposa), puede que haga que la "pareja" sea nuestro padre o madre ancianos que tengamos que cuidar y con los que verdaderamente mejoraremos nuestras facultades espirituales (paciencia, amor, comprensión, ...)
Si somos totalmente sinceros con las peticiones que hacemos al Espíritu Santo, pidiéndole sólo cosas invisibles, sin ninguna forma concreta, entonces no nos gastará ninguna broma.
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A menudo pedimos cosas irreales, imposibles, como "una vaca gorda que pese poco", o aprobar los exámenes sin estudiar. Hemos de pedir cosas reales o posibles.
Es imprescindible pedir las cosas bien claramente:
No sirve decirle "quiero encontrar compañía"
Sino: quiero "amar a tal persona" (Recordemos que
amar no es decir SI siempre y puede ser pegarle con un palo en un
cierto momento -si está borracha e insiste en conducir el auto)
No seamos mezquinos pidiendo, pidamos lo mejor de lo mejor para nuestra alma.
Como no solemos saber pedir, por eso Jesucristo nos dio el Padrenuestro. Fijémonos que en él no pedimos salud, ni placeres, ni dinero, ni honores, ni conocimientos, ni fama, ni que nos evite el dolor, la lucha, el sufrimiento físico, las dificultades materiales,...
En las tentaciones, los santos dicen que pidiendo el auxilio de la Virgen, no caeremos en ellas.
El rezar es un sacrificio que hacemos por Dios, que ofrecemos, dirigimos a Dios, muestra de nuestro amor por Él.
Podemos rezar dirigiéndonos a Dios directamente o por intermedio de otras personas (como la Virgen o los santos).
Dios Padre es como un rey. Es conveniente que nuestros regalos, o peticiones, no se las llevemos, se las entreguemos cuando a nosotros nos vaya bien. Eso es una falta de respeto. Es mejor dárselos a alguien que esté cerca de Él, que sepa cuándo y cómo es mejor presentárselos. Esa persona intermedia quizá envolverá con su perfume celestial a nuestro sucio e inmundo presente.
Somos Hijos de Dios Padre, hermanos de Cristo, y por ello podemos rezar como Él nos enseñó (con el Padrenuestro). Pero por lo explicado antes, también podemos dirigirnos a la Virgen que traslade a Dios nuestras peticiones: es lo que hacemos cuando en el Ave María decimos “ora pro nobis pecatoribus, nunc et in ora mortis nostrae”.
Quizá tampoco nos atrevemos a dirigirnos a la Virgen directamente, por ser tan importante, madre de Dios. Podemos entonces dirigir nuestras peticiones a San José, a San Juan Bautista, a cualquier otro santo, al santo de nuestro nombre, con quien tenemos una relación privilegiada o a los ángeles. Ellos recibirán nuestro mensaje que llevarán, por la mejor cadena de seres posibles, hasta Dios. (Ver más sobre la intercesión de la Virgen, de los santos y los ángeles en esta web de Aciprensa).
Nos beneficiamos nosotros (pues la oración nos sirve como pago por nuestras pecados perdonados y como aumento de gracia en la vida eterna -si vamos al cielo).
Por la Comunión de los Santos se benefician el resto de bautizados y que no están en pecado mortal (y las benditas almas del purgatorio). El resto: gentiles, herejes, cismáticos, excomulgados, cristianos en pecado mortal son ayudados a recobrar la gracia y vida que perdieron y perciben algunos frutos. Los condenados están imposibilitados eternamente de recibir ningún beneficio de nadie.
Tal como se explica en esta web de Aciprensa, ciertos santos pidieron y consiguieron, todavía en vida, la salvación de muchas almas.
Parece razonable creer que tienen más efecto los rezos de alguien más santo que los de otro menos santo o que reza con menos fervor. Es de esperar que los rezos de una monja de clausura, con su vida sacrificada a Dios son más oídos que los de pobres pecadores esclavizados por sus pasiones.
“lo que Dios con su divina providencia y disposición tiene determinado desde la eternidad de dar a las almas, lo da en tiempo por medio de la oración; y que en este medio tiene él librada la salud, y conversión, y remedio de muchas almas, y el aprovechamiento y perfección de otros: de manera que así como determinó Dios y dispuso, que mediante el matrimonio se multiplicase el género humano; y que arando, y sembrando y cultivando la tierra, hubiese abundancia de pan y vino, y los demás frutos; y que habiendo artífices y materiales, hubiese casas y edificios; así tiene ordenado hacer muchos efectos en el mundo, y comunicar muchas gracias y dones a las almas por este medio de la oración. Y así dijo Cristo Señor nuestro en el Evangelio: Mateo 7. Pedid, y daros han; buscad, y hallareis; llamad, y abriros han; porque el que pide, recibe, y el que busca, halla, y al que llama, abrirle han : de manera que este es el medio y el arcaduz, por el cual quiere el Señor socorrer nuestras necesidades y enriquecer nuestra pobreza, y llenarnos de bienes y gracias: en lo cual se ve bien la necesidad grande que tenemos de acudir a la oración: y así comparan muy bien los Santos, y dicen, que es una cadena de oro, que está colgada del cielo y llega hasta la tierra, por la cual bajan y descienden a nosotros los bienes, y por la cual nosotros habemos de subir a Dios: o digamos, que es la escala de Jacob que llegaba desde el suelo al cielo, y por ella subían y descendían los Ángeles” Ejercicio de perfección y virtudes cristianas, Tomo I, tratado 5º, Cap. II. Del P. Alonso Rodríguez.
Como ejemplo:
"1.º Las dos manifestaciones de lo Alto en la vida,
ordinariamente tan poco visible, del Salvador, han tenido lugar
mientras oraba:
a) El Bautismo: «Jesús ha sido bautizado, y he
aquí que los cielos se abren y el Espíritu Santo desciende sobre él
en forma de paloma» (Mat, III, 1)
b) la Transfiguración:
«Jesús condujo a los Apóstoles al Monte Tabor para hacer oración;
y mientras oraba, se transfiguró delante de ellos» (Luc, IX,
28-30);
2.° ¿Sería temerario pensar que en cuanto a María,
la más alta manifestación que ella recibió del Espíritu Santo —en
la Anunciación— se produjo mientras oraba?
3.° Para los
Apóstoles (y discípulos), en el Cenáculo, la será la misma:
a)
Indudablemente, la bajada del Espíritu Santo al interior de sus
almas es invisible, pero está acompañada de manifestaciones
visibles: el ruido, el viento impetuoso y después, las lenguas de
fuego.
b) Visible o no, concluyamos que el Espíritu Santo
escoge para investir las almas, el momento de la oración. Se
comprende."
todos los males que nos agobian en la tierra vienen precisamente
de que no oramos o lo hacemos mal; y si queréis saber la razón de
ello, aquí la tenéis: si acertásemos a orar ante Dios cual debe
hacerse, nos sería imposible caer en pecado; y si nos hallásemos
exentos de pecado (...) La oración es para nuestra alma lo que la
lluvia para el campo. Abonad un campo cuanto os plazca; si falta la
lluvia, de nada os servirá cuanto hayáis hecho. Así también,
practicad cuantas obras os parezcan bien; si no oráis debidamente y
con frecuencia, nunca alcanzaréis vuestra salvación; pues la
oración abre los ojos del alma, hácele sentir la magnitud de su
miseria, la necesidad de recurrir a Dios y de temer su propia
debilidad.
El cristiano confía solamente en Dios; nada espera
de sí mismo.
El santo rosario es muy recomendado. En total se rezan 153 avemarías (10 avemarías en cada uno de los 15 misterios más 3 al principio del rosario), que es el mismo número de salmos. Este número tiene su gracia, pues es el primer número que es la suma de 3 cubos: 1 al cubo más 3 al cubo más 5 al cubo. También en la pesca milagrosa los apóstoles pescaron 153 peces. Mucho 3 tiene el 153. ¿Y qué es el tres? Pues, entre otras cosas, indica lo más de lo más. Si alguien nos dice: “Gracias, gracias, gracias” parece indicar que está agradecido hasta el centro de su ser. Cuando los ángeles dicen: “Sanctus, Sanctus, Sanctus” (3 veces), pues es la declaración máxima de santidad. No es raro, pues, que el rosario tenga el 153, que contiene tantos 3. En el “Confiteor”, también decimos “mea culpa” tres veces, indicando el máximo arrepentimiento.
Hay momentos en que hay que rezar y hay momentos en que hay que trabajar. Según el estado, obligaciones de cada uno, primero debe atender sus obligaciones y luego la devoción (“antes es la obligación que la devoción”). Es decir, una madre no debe desatender sus deberes con su familia por dedicarse a rezar. Hay veces que Dios nos pide rezar y otras veces Dios nos pide actuar. Si encontramos a alguien herido al lado de nuestro camino, Dios nos pide que le socorramos, no que nos pongamos a rezar por él. (El “buen samaritano” socorrió al herido que encontró, no dicen que rezara por él).
Es decir, podemos pecar rezando, cuando nuestro deber es actuar; y podemos pecar haciendo obras de misericordia, cuando debemos rezar.
Y podemos rezar mientras trabajamos, cumplimos con nuestros deberes de estado.
(dejando aparte el rezo unitivo de los muy santos)
El rezo solos, encerrados en nuestra habitación, de oraciones fijas (el Rosario), es un sacrificio puro, porque es un tiempo de nuestra vida, un pedazo de nuestra vida, que dedicamos a Dios sin ninguna mancha voluntaria por nuestra parte (involuntarias las infinitas distracciones e imperfecciones al rezarlo).
Cuando el rezo es un diálogo libre con Dios, ya estamos hablándole de lo que queremos (ya estamos metiendo parte de nosotros mismos).
El resto de sacrificios pueden estar manchados (de intereses personales): hacer el camino de Santiago (y así hago ejercicio), visitar enfermos (y así igual me nombran heredero), ayunar (y de paso adelgazo), ir a tal retiro (y de paso ver a Menganita), hacer de voluntario en XXX (y de paso cotilleo),...
La gente que no reza como hemos dicho al principio,...
Dar limosna a quien probablemente no vayamos a volver a ver es otro sacrificio bastante puro, aunque ya estamos manchándolo con nuestra presencia, y mucho más si abrimos la boca y decimos algo.
Al principio del Rosario, le pedimos a la Virgen que "con toda atención y devoción posamos rezar vuestro santísimo rosario", es decir, que con todo nuestro amor lo recemos y con nuestra mente pensando lo que la boca pronuncia (no distraídos pensando en una cosa mientras decimos otra). Como si estuviéramos delante de la Virgen o Jesucristo (porque además es verdad, estamos delante de ellos continuamente).
¿Qué ocurre cuando rezamos así? Pues que estamos totalmente entregados a Dios y a su Santísima Madre, en nuestros tres aspectos: Inteligencia (atención), Amor (devoción) y Energía (que materializamos en la voz, postura, mirada, en el tiempo que dedicamos a rezarlo). Esto es un sacrificio bien puro. Todo nosotros para Él (y Ella), no nos resguardamos ninguna parte de nosotros para nosotros.
¿Y qué ocurre cuando nos entregamos así? Pues que "dejamos sitio" para que actúe la gracia de Dios en nosotros. Mientras estamos "pensando en nuestras cosas", pues la gracia no puede actuar en nuestra mente; mientras estamos queriendo cosas mundanas, estamos usando poco nuestra voluntad; mientras estamos rezando así con el cuerpo, nuestro cuerpo se está llenando de buenas secreciones (¡y todavía hay médicos que se sorprenden de que los enfermos que rezan se recuperan rápido!).
Acabo de publicar unos libros muy interesantes sobre el cielo y el ángel de la guarda, de sacerdotes de principios del siglo XX. Tienen reseñas de los mismos en esta página de mi otra web |
Rezar el Rosario (mejor en latín) es el principal recurso que nos queda.
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